
Aprender de
nuevo
Paulatinamente, a
cada uno le llegó el momento. A algunos antes, a otros después, todos entraron
más temprano, más tarde, en estado de cuarentena.
Poco a poco los
chistes y otros mecanismos del miedo para evitar las certezas, fueron mermando
hasta desaparecer.
Las redes
sociales se despoblaron con el ritmo del otoño. Los más tardíos no comprendían la
ausencia de sus interlocutores virtuales.
Un silencio profundo
se apoderó de los dispositivos electrónicos primero y de las casas después.
Las personas
parecían haber puesto a hibernar las emociones. Nada más lejos que eso. Todo lo
contrario: chicos y grandes, cada uno a su modo y tiempo, encendieron las
almas.
Primero
aparecieron recuerdos banales, anécdotas risueñas. Luego, el lamento por las
pérdidas.
Más tarde, la resignación por lo que no pudo ser. Le siguió la aceptación de lo que era y la noción de inutilidad del concepto Futuro.
Más tarde, la resignación por lo que no pudo ser. Le siguió la aceptación de lo que era y la noción de inutilidad del concepto Futuro.
El proyector de
las vidas no fue la memoria, sino la conciencia.
Entonces todo
cambió. La percepción personal cambió. La mirada al otro también. Algunas
elecciones fueron las mismas que antes y otras, muy distintas. Las
especulaciones fueron reemplazadas por la observación. Y el apego desapareció
junto con los miedos.
Empezaron a
redescubrirse.
La cuarentena
siguió igual, pero todo era diferente.
Al desaparecer el
miedo, aprendieron a sentir el tiempo sin medidas, a disfrutar ser.
Empezaron a
redescubrir a los otros. Y a las cosas.
Cuando alguien
dijo que la cuarentena había terminado, no le importó demasiado a nadie. No
hubo festejos.
Las casas
abrieron sus puertas y ventanas. Las personas salieron a las calles. No
salieron todos juntos. Lo hizo cada uno en su momento. Algunos enseguida. Otros
demoraron meses y hasta años.
Pero un día, ya
habían salido todos, preparados para aprender todo de nuevo, aunque no todos lo
hicieron.
Como la vez
anterior.
Ariel Puyelli
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