De zocotrocos, cosos y cositos

Típico zocotroco dentro de una típica habitación zocotroquera de clase media.


Ustedes me corregirán. Lo que me ocupa en esta ocasión son los zocotrocos tal y como yo los conozco y entiendo. Ya me dirán si consideran que estoy errado y es el hambre la que me hace escribir estas pavadas o algo de lo que afirmo aquí es real.

Los zocotrocos son cositos que cumplieron doce años. Apenas soplan las velitas, se convierten en zocotrocos. Después, quizás diez o veinte años más tarde, se vuelven cosos. 

Los zocotrocos –por lo menos el siglo pasado, cuando yo era uno– justo al soplar las doce velitas que se erguían bien ordenaditas sobre la torta de cumpleaños, parecía que también soplaban casi todas las palabras aprendidas. Se quedaban con unas pocas que más bien parecían sonidos guturales. Y se volvían muy tímidos y retraídos.

Aparte de la edad, la diferencia entre un cosito y un zocotroco es que el cosito, desde que nace y hasta los doce años, es curioso, inquieto, aprende con facilidad, es simpático, bastante limpio y alegre. De un día para otro, se vuelve apático, roñoso, lento para aprender, falto de atención, triste y maleducado. Se vuelve zocotroco.

No es casualidad la similitud de los nombres “cositos” y “cosos”. Porque son una misma cosa. Lo que es distinto es el “zocotroco”. No es ni uno ni otro. Algunos dicen que es necesario ser primero cosito, después zocotroco para recién luego poder convertirse en coso. Yo creo que no. Se podría ser cosito y luego coso. Así de simple. ¿Qué fuerza hace que se pase por esa otra etapa? No lo sé. Un capricho, seguramente.

Cuando se llega a coso, se conservan pocas cosas de la vida como cosito y muchos defectos de los zocotrocos. Esto, vale aclarar, le pasa a la mayoría. Unos pocos se vuelven cosos hechos y derechos. Así como también es cierto que hay muchos casos de cosos que nunca dejaron de ser cositos y cositos que casi casi nacieron cosos, pero no es el tema que nos ocupa en esta historia escrita por un coso que la mayoría de las veces parece más un zocotroco que un coso o un cosito.

Me meto con los zocotrocos porque esta tarde me pareció ver debajo del barbijo, la gorra y el aire de melancolía, un zocotroco parecido a mí cuando yo tenía su edad.

Ojalá en mi época hubiera estado de moda usar barbijos. Con los anteojos para la miopía, el cabello sobre la frente y un pedazo de tela, me hubiera sentido más protegido de las miradas, sobre todo de las miradas de las zocotrocas, porque era un zocotroco muy tímido. Aunque claro, siempre había una mirada que me interesaba mucho. 

En fin, tengo hambre y es la hora de la cena. 

(Típico cierre de coso veterano con apetito. Si fuera zocotroco se olvidaría de comer. Y si fuera coso joven, comería algo sobre el teclado. Qué se le va a hacer, los cosos veteranos somos muy estructurados y mañosos. Pero este es otro tema).

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una charla jugosa por Radio Albano