El amor que se sueña


Hace un par de años, necesité escribir un libro de poesía amorosa y para ello invité a los colibríes que pueblan el jardín de mi casa en la comarca. 
Al instante intuí que ese libro no alcanzaría a satisfacer esas necesidades, por lo que no me sorprendió que apareciera un título inconcluso: Entonces el amor.
¿Entonces el amor qué? La respuesta estaría en el grupo de poemas siguientes.


La aquilegia de la fotografía me acercó a la puerta siguiente: el jardín y sus flores; el jardín y sus madrugadas, cuando el mundo duerme y la vida se suspende en un suspiro que, con la debida atención o intención, se puede escuchar.
Presentí que el amor entonces podría soñarse a sí mismo o soñarse otra cosa. Flor, por ejemplo. Y los sueños encuentran su mejor momento en la madrugada, en el silencio, en la aparente oscuridad.
Si el amor se sueña flor en la madrugada en mi jardín, debía escuchar los susurros.
Intenté hacerlo y el intento fue otro libro pequeño con pequeños poemas.
Al terminar la escritura de Se sueña flor en la madrugada -nunca puedo descubrir qué determina el final- me pareció natural que cuando llegaran las lluvias en el otoño llegarían también versos nuevos, versos nuevos hablando del amor.
Pero las lluvias de ese año llegaron con demasiadas tristezas y la poesía debió esperar. Espera.

¿Entonces el amor

es una flor

y los ojos que la aman?

¿Quién es quién?

¿Acaso importa?

Quizás el amor sea

               el jardín.

 

Este jardín nuestro.



En estos días, buscando no recuerdo qué, me topé con la libretita de apenas 7 por 11 centímetros en la que escribí el libro Se sueña flor en la madrugada.
(Amo escribir mis poemas en libretas pequeñas pequeñitas).
No siempre el primer poema editado es el primer poema que se escribió. Sí lo fue en este caso y este es el poema que precedió al resto:

Si mi verdad

fuera

la única

 gran

verdad,

¡ay de la pobrecita!

 

La orquídea

ni siquiera

se piensa

orquídea.


Llovió toda la tarde de ayer y toda la madrugada. Firme, tenazmente llovió. El sol de esta tarde de otoño no alcanzará a secar el jardín y sus pocas flores. Los colibríes comenzaron a pelearse por los bebederos con las primeras luces del día pero en un par de horas, en el crepúsculo, harán la tregua suficiente para alimentarse y poder pasar la madrugada. ¿Escucharán ellos también los susurros?


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