Poesía y Escritura terapéutica

ESCRITURA TERAPÉUTICA




La Escritura terapéutica no apareció de un día para el otro en mi vida: decantó.

La palabra escrita como vía de sanación emocional ha estado unida a mí desde la infancia. Primero escrita por otros, luego por mí.

La literatura -el arte en general- es sanadora por múltiples razones. La palabra propia y escrita lo es aún más cuando se tiene esa intención. La escritura creativa es un camino, la terapéutica, otro muy diferente, aunque confluyan en un punto: ambas se estructuran sobre los dramas humanos.

En el año 2018, luego de algunos años de trabajar en mis talleres de escritura terapéutica, de muchas lecturas, estudios y consultas (además de mi proceso de terapia personal y al mismo tiempo de experimentar un tsunami de conflictos familiares como parte de ese proceso) edité el libro Escritura terapéutica: cuando la palabra escrita sana y este año 2020, justo antes de la cuarentena por la pandemia, puse a disposición del público otro similar, Escritura terapéutica: escribir hacia el Amor.

Creo que este último libro es más filosófico que el anterior. No tiene ejercicios como el primero, tiene, más bien, lo que pienso, siento y experimento en cuanto a escribir con la intención de autoconocerme, comprender, aceptar y proyectar se refiere. Contiene historias también y sobre ellas sugiero ciertos análisis.

Será o iba a ser -no lo sé hoy- parte de un libro más grande en el que aparecerán (o iban a aparecer) historias de vida ficcionadas que servirán (o iban a servir) para otra parte del libro que contendrá (o iba a contener) ejercicios prácticos a partir de las vivencias de esos personajes. Espero que se me entienda lo que quiero decir: estoy evaluando varias cosas.

Hay algo que sí está claro: que quería y quiero compartir con todos esta primera parte porque me parece un acto de justicia hacia todos aquellos interesados en mi salud emocional que me ayudaron y me ayudan a cargar lo que me queda de mochila del pasado y afinar la punta al lápiz que escribe mi historia hoy.

Más abajo, está el enlace para descargar gratis el último libro.

Todos podemos utilizar la palabra escrita para iniciar un proceso de autoconocimiento, reparación y búsqueda de un sentido al presente para luego proyectar un futuro claro y esperanzador.

Te invito a que hagas la prueba de utilizar una birome y un cuaderno para ir a tu encuentro. Al real. Al honesto. Al íntimo y profundo. Al que quizás en un principio le tengas miedo.

Podrías comenzar, por ejemplo, escribiendo un diario personal. Te sorprenderás sobre todo cuando busques lo más bello en un día oscuro, triste o problemático.

Esa podría ser una puerta. Hay varias. Lo que hace falta es la decisión.



Descargar libro


 La poesía terapéutica como camino en Triciclos y Regreso a la casa de la infancia

(Ediciones GataFrida, 2017)

Pedalear la muerte anticipada

Los poemas de Triciclos están relacionados con la muerte de la madre. A fuerza de ser específico, debo decir de las madres. Y aclaro, para comenzar, que no fue un libro fácil de escribir aunque sabía de antemano que lo que aparecería a lo largo de las páginas sería doloroso pero no por ello imposible de transitar habida cuenta de la contención emocional con que contaba y de mis intenciones.

En el año 2012 mi madre –por entonces con 76 años- vivía con mi padre en su pueblo de la provincia de Buenos Aires, yo en Lago Puelo, mi amigo poeta y periodista, Sergio Pravaz, en Playa Unión, ambos en la provincia del Chubut.

La madre de Sergio agonizaba en Córdoba y él viajó para estar con ella y su hermano menor. Durante el tiempo que se extendió la agonía de su madre, algo más de un mes, lo acompañé –dentro de mis posibilidades, limitaciones e incertidumbres- en su proceso de despedida; en esa instancia difícil y trágica que implica aceptar que la persona amada, que aún respira frente a nosotros, morirá en cualquier momento. Las charlas ocurrían al atardecer, cuando Sergio regresaba de la clínica a la casa paterna.

Luego de la cena, abrumado por los temas que la situación de mi amigo ponía delante de mí, escribía algo de lo mucho que fermentaba en mi alma de adulto y en mi niño interior. Para entonces ya había comenzado mi camino de terapias para abordar los traumas y las heridas por abusos intrafamiliares en la infancia y la adolescencia.

La relación de Sergio con su madre  estaba en las antípodas respecto a la que tenía yo con la mía. Tratar de imaginar una relación tan estrecha como amorosa como la que me presentaba mi amigo, provocaba en mi interior una marea de sensaciones que pasaban del enojo a la tristeza, de la pena a la resignación, de la autocompasión a la culpa y los reproches. La compañía amorosa de mi esposa, Analía, más una libreta, una lapicera, un vaso de whisky y el silencio de la noche en la comarca, fueron válvula de escape, espejo, preguntas sin respuestas, viaje en el tiempo, fantasías o pesadillas de niño, miradas del adulto.

Lo novedoso de Sergio, ese hermano del alma, fue que ese invierno del 2012, me presentó a una madre biológica muy distinta a la mía. No fue desilusión. Fue contraste. También fue una manera de comprender cómo dos hermanos pueden sentirse unidos aun teniendo dos madres tan diferentes. Esta última imagen funcionó como contención decisiva a la hora de enfrentar las páginas de la libreta para ponerme frente a mi madre, a ese hermano, a la idea de una infancia en común, a las diferencias, a lo irreversible… Frente a mí mismo, a lo que es.

 

 

Te voy

porque necesito

que te vayas

 

para seguir

quedando.

 

 

Triciclos fue y es un libro terapéutico, ciertamente. Habla de madres, de la infancia y de la muerte. De la fragilidad y las preguntas guardadas en lo profundo del alma. Es un poemario que también navega el mar del duelo anticipado y de otros duelos dentro del trabajo terapéutico que me encontraba llevando a cabo en esos años.

Una de las tareas de ese momento dentro de mi terapia psicoanalítica: matar a la madre. Imaginé la muerte simbólica de la madre como el corte de un segundo cordón umbilical del Niño Interior cuando éste le reclama todavía por sus necesidades básicas insatisfechas.  A diferencia del parto original, este nuevo nacimiento debía estar en las manos de ese Niño. En este sentido, el poemario funcionó como tijera para cortar –utilizando las preguntas del Niño y la mano escribiente del adulto–, aquel cordón por el que fluían llantos solitarios, desprotección, reproches y carencia afectiva. También fue, de algún modo, proyección de la muerte de mi propia –y entonces muy sana- madre y mi novedoso desamparo como huérfano entonces simulado.

Este trabajo de duelo anticipado funcionó para descongestionar traumas infantiles y cuestionamientos adultos. Incluso abarcó a mi padre, que falleció un año después de la aparición del libro, en el año 2018. Mi madre murió siete meses que él en mayo de 2019.

 

Te corro una carrera

le dije a Sergio.

Dale.

 

Perdió él.

Llegó primero

al dolor.

 

Ineludible.

 

Mi relación con la muerte se remonta a la infancia. Fue y es un tema que me atrapa desde un lugar de misterio y preguntas. En algún momento estuvo teñido por las historias y los dogmas de la Iglesia Católica; afortunadamente y en términos generales, esas narrativas apuntaron a la esperanza y no tanto a la culpa en ese niño.

(Tal vez la culpa religiosa no está a la altura de la culpa que siente un niño que perdió la inocencia a los nueve años).

 

Es sensual

la muerte en el otro.

 

El viaje

la partida suave.

(…)

 

Los triciclos que se movieron entre los poemas fueron los de mi hermano de palabras, Sergio, y el de mi niño interior, que en algunas páginas llegó a desear un hermano así con una madre como la suya, más cercana, más atenta, más amorosa, pero que en la vida real sabe que es fantasía hija de la envidia y el desamparo.

Los triciclos son infancia e inocencia. Son aventura y aprendizaje. Son camaradería y ojos atentos de madres preocupadas y felices por el crecimiento y la superación de sus niños.

Los niños pedalean los triciclos con la fuerza y el coraje que tienen, al igual que las madres y los padres pedalean la maternidad y la paternidad. Como pueden.

Al final del recorrido del poemario, los triciclos son artefactos oxidados.

 

Los triciclos

regresan solos

en silencio

a la madrugada

del tiempo

            este.

No escuchamos más

chirrido

que el óxido

de la ausencia.

La memoria intenta

aceitar un engranaje

equívoco.

(…)

 

Los triciclos quedan guardados en un galpón. No están abandonados. Han cumplido su tarea en la etapa correspondiente. Enseñaron a lanzarse a la aventura del mundo aunque el mundo mida ochenta metros, como apunta uno de los poemas, lo que mide una cuadra. Los triciclos son la puerta a lo otro, a los otros, a nuevas miradas en nuevos paisajes. No tienen como destino la basura ni pretenden ser restaurados porque permanecen en la memoria.

Estos Triciclos me ayudaron a lanzarme a otro mundo: el de la adultez sin padres haciendo las paces con ellos desde el adulto y junto al Niño Interior.

 

Si yo te recuerdo

vivo

es porque ocupás

este segundo.

 

Y estás.


  


 

Regreso a la casa de la infancia

(Ediciones GataFrida, 2021)

 El viaje a las preguntas

El libro comenzó a ser escrito en el año 2019, antes de viajar casi dos mil kilómetros a la casa familiar luego de las muertes de mis padres, ocurridas unos meses antes.

El adulto acompañó las expectativas y temores del niño interior y ambos se dieron la mano al entrar en la casa ocupada entonces por objetos y recuerdos. La casa estaba tal como la había habitado mi madre hasta el momento de su muerte. Casi nada había sido alterado, lo que daba la sensación de ausencia transitoria, de la llegada inminente de la dueña de casa que siete meses antes de morir había perdido a su esposo.

Creo necesario aclarar –a los efectos de comprender mejor determinados versos- que la relación con mis padres había quedado herida de muerte poco tiempo antes de sus partidas, por lo que no hubo despedidas ni acompañamientos.

 

¿Quién tiene miedo?

¿El niño que regresa

a la casa de la que no

se fue del todo nunca?

¿El adulto que escribe

la palabra Regreso?

 

Volvamos a la casa de los miedos,

niño,

para limpiarla de nosotros.

 

Este es uno de los poemas que sintetiza gran parte de las emociones puestas en juego en esa visita. Estas primeras palabras escritas bajo el calor de mi hogar en la Patagonia, fueron la puerta que debí abrir a lo desconocido e imprevisible aunque los elementos físicos fueran conocidos y familiares.  Regresaría –en unas semanas o en un par de páginas, como quiera verse- a la casa familiar luego de dos años, luego de la ruptura de relaciones con mis padres inmediatamente después de hacer públicas en el seno familiar las situaciones de abuso sexual que había sufrido en la infancia. Había permanecido distante de los últimos días de vida de mis padres y si bien –como lo comento en la presentación del libro Triciclos- había comenzado a elaborar tempranamente esas despedidas, regresar a la casa de la infancia y la adolescencia era una caja de sorpresas emocionales.

A lo largo del libro intento no dejar afuera ninguna pregunta ni tampoco ningún posible fantasma.

Soy consciente de mi facilidad de desapego y la casa familiar no fue la excepción. Pude caminar por la casa amplia, larga, habitada por ecos y recuerdos, con total comodidad y reposo. La compañía de mi hermano Carlos fue clave en este proceso porque pudimos sentirnos visitas y no intrusos; hijos y no observadores; hermanos que volvían a la casa paterna, en definitiva.

El proceso de escritura posterior, ya de regreso en el sur, más la felicidad por el reencuentro y los diálogos con algunos de mis hermanos en el pueblo natal, fue determinante para seguir transitando otro proceso, el del duelo por la desaparición física de ambos padres.

Una de las claves para atravesar esta etapa –necesaria e ineludible para mí- fue sentir la presencia amorosa de mi niño interior. Esa figura fue compañía y motor. Por momentos, fue guía dentro de los espacios habitados muchos años atrás, cuando todo era tan claramente confuso o tan confusamente claro. Quién lo sabe hoy.

 

Volver a la casa de la infancia

cuando todos

nos hemos ido.

De la casa,

no de la infancia.

 

De la infancia no se va

                                               uno.

En el peor de los casos

                                               uno

                                                           se esconde.

 

La columna vertebral del libro es el regreso a la casa de la infancia cuando el hogar es cáscara, nido vacío; cuando la muerte de los padres desalojó la infancia de la casa y ésta es paredes con algunos recuerdos, nada más.

Ese regreso a la casa fue excusa para regresar a la infancia como tal, trascendiendo las paredes, los techos, los recuerdos de risas, esperanzas o traumas.

De alguna manera, anclar el relato de la infancia a la casa, al hogar, quizás sea un acto inconsciente de buscar la seguridad emocional en el lugar menos seguro emocionalmente hablando. O tal vez se trató de expulsar con la mano del adulto en la escritura de los poemas, los fantasmas que sobre los recuerdos de la infancia aparecían para recordar heridas. También es probable que al fin de cuentas se tratara simplemente de terminar de elaborar el duelo de esa infancia y adolescencia golpeadas y cuyos dolores no habían podido ser validados por mis padres en mi adultez. 

Uno de los protagonistas del libro –o de mi lectura- es el silencio, como lo muestran estos tres poemas :

 

1

Silencio, adulto,

silencio.

Tu niño quiere jugar

con el cajón de los recuerdos.

 

 

2

Quizás vuelvo

            al fin

a la infancia.

 

Vuelvo a una casa

            en silencio.

Vuelvo al silencio

de una infancia

            sin ruidos.

            Con secretos.

 

            Con secretos.

           

                        Silencio.

 

3 

Lo primero que vemos

es lo que oímos:

            el silencio ocre.

 

Quizás ahora

es el tiempo

en el que la casa

            de la infancia

calla

y escucha.

 

Los fantasmas tal vez esperan

agazapados

juntar coraje y ofrecer el beso

que no se pudo.

El abrazo que no

se aprendió.

 

O no.

 

Quizás esta casa

carezca de fantasmas

            e intenciones

y solo guarde silencios.

 

No sé cómo funcionan los recuerdos de las otras personas, pero cuando viene a mi mente el interior de mi casa cuando la casa era hogar, debo buscar y elegir los sonidos que visten las imágenes o representaciones. Impera el silencio. El mismo silencio que gobernó el alma de ese niño que debía elegir muy bien la forma de comunicar sus emociones y pensamientos. El niño –como creo que no podía haber sido de otra manera- devino en comunicador –periodista, escritor, docente- tal vez para que el adulto pudiera darle voz frente a otros niños y al resto de los adultos.

 

Si esta casa no doliera,

niño,

no escribiría.

 

Sentiremos el perfume

de los jazmines

de diciembre

en palabras nuevas

en la sombra

de estas hojas.

 

Es una promesa.

 

Regreso a la casa de la infancia fue, en un aspecto, una visita guiada por mi niño interior. Visita cálida, sin estridencias ni demasiadas cortesías. Fue también una ceremonia para volver a sellar acuerdos con esa figura que me acompaña y me completa con alegría y curiosidad.

Es un libro de preguntas sin respuestas, en la mayoría de los casos.

 

¿Encontraste lo que buscabas?

¿La caricia oportuna?

¿La mirada atenta?

¿El reproche justo?

¿La palabra amorosa?

 

¿Encontraste la palabra?

 

Al fin y al cabo, como escritor busco preguntas, no respuestas. Las respuestas a veces cierran. Las preguntas siempre abren.

 

Regresemos,

            dice el niño.

Regresemos,

            dice el adulto.

 

Al cerrar la puerta

solo dos piernas

cruzan la calle.




La hermana del tiempo

Poemas y reflexiones sobre la muerte y el duelo

Abordar la muerte y el duelo desde la poesía y la reflexión; desde la metáfora y el intelecto, como manera de enfrentar dos de los temas más importantes en la vida de los seres humanos: el final de la existencia terrenal y el dolor por las pérdidas.  

En este libro, comparto imágenes y preguntas que seguramente resonarán en los lectores que temen porque viven y que sufren porque aman y amaron.

“Celoso de su hermana Muerte, / el Tiempo se empeña en matarnos lentamente, segundo a segundo. / La Muerte se ríe / de esas muertes minúsculas”, escribo emparentando a la Muerte con el Tiempo y el Amor antes que con Hipnos, el sueño, y Nix, la Noche, como lo relata la mitología griega.

Se afirma que hay tantas maneras de procesar los duelos como seres humanos. Es probable que también sea la misma cantidad de formas de ver, intentar comprender, temer o abrazar a la muerte y su misterio.

Este libro es un borrador de alguien que pretende mirar de frente a la muerte –con los ojos de la palabra– para intentar abrazar con más plenitud la vida.


Cuando nombramos la Muerte 

nos acercamos al Misterio 

porque al volverla palabra 

estamos ganando una batalla 

a los profundos miedos.



Otros poemarios


Entonces el amor
Este libro es un libro pequeño con poemas pequeños y con uno de los temas más grandes del universo: el Amor que aquí está personificado en los colibríes, visitas habituales (y muy numerosas, por cierto) del jardín de nuestra casa en Lago Puelo, Chubut.


 



Se sueña flor en la madrugada
Este libro también tiene como tema el amor. Esta vez el objeto amoroso es el jardín en general y las flores en particular.


 








Los cabellos de la Magdalena
Es mi primer libro de poesías. Se trata de cuatro pequeños libros reunidos en un solo volumen:
Los cabellos de la Magdalena,
Mirada al paraíso,
Matando al periodista
y Poemas sobre el muro.

Los tres primeros, son grupos de poemas unidos bajo una temática. El último, una selección de poemas sueltos.

Es un libro que abarca muchos aspectos de mi historia y mi personalidad, de mi pasado, mi intimidad.






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